El Maquillaje Victoriano en el arte y la Literatura

 


    

El Maquillaje Victoriano en el Arte y la Literatura

El maquillaje victoriano no solo fue un reflejo de los estándares de belleza de la época, sino que también se convirtió en un símbolo recurrente en el arte y la literatura. Durante el reinado de la Reina Victoria (1837-1901), la apariencia física estaba estrechamente ligada a la moralidad y el estatus social. La piel pálida, los labios apenas coloreados y el rubor sutil eran características esenciales de la belleza femenina, y estas tendencias se plasmaron en pinturas, novelas y poemas de la época.


Celeste se sentó frente a su tocador, observando su reflejo con detenimiento. La luz de las velas iluminaba su piel pálida, sus mejillas apenas sonrosadas y sus labios teñidos con un toque de jugo de remolacha. La sociedad dictaba que la belleza era sinónimo de refinamiento, y ella había seguido cada regla al pie de la letra.

Desde pequeña, su madre le había enseñado que la apariencia lo era todo. En los salones de la alta sociedad, las mujeres debían proyectar una imagen de pureza y delicadeza, como las musas de los cuadros de Sir Frank Dicksee y John Everett Millais. La piel blanca era un símbolo de estatus, y el maquillaje debía ser sutil, casi imperceptible.

Celeste deslizó los dedos sobre su caja de polvos faciales. Sabía que contenían plomo y arsénico, pero nadie hablaba de los riesgos. Solo importaba la apariencia.

Una tarde, en una reunión social, Celeste notó que su amiga Margaret tenía un brillo extraño en la piel.

—¿Qué has hecho? —preguntó con curiosidad.

Margaret sonrió con orgullo.

—He comenzado a usar una crema con arsénico. Dicen que mejora la tez y la mantiene radiante.

Celeste sintió un escalofrío. Había oído rumores sobre los efectos de aquel ingrediente, pero nadie mencionaba los peligros.

Mientras la conversación continuaba, Celeste observó a las demás damas. Sus labios tenían un tono rojizo, similar al de las mujeres enfermas de tuberculosis. La enfermedad, aunque devastadora, había impuesto un ideal de belleza: piel pálida, mejillas hundidas, labios teñidos de un rojo tenue. Algunas mujeres incluso imitaban estos rasgos con maquillaje.

on un gesto firme, tomó un limón y frotó su jugo sobre la piel. Era un método natural, seguro, lejos de los venenos que tantas mujeres usaban sin saberlo.

La belleza no debía costar la salud.

Y aunque la sociedad tardaría en aceptar el cambio, Celeste había dado el primer paso.

Comentarios

Entradas populares