La obsesion por la Piel Palida
Durante la epoca victoriana, la piel palida no solo fue un estandar de belleza sino que fue un simbolo de estatus social. Las mujeres de la clase alta evitaban el sol a toda costa ouesto a que el sol que las bronceaba se asociaba con el trabajo manual y las clases trabajadoras.
Rosalind caminaba por los jardines de su mansión, sosteniendo con delicadeza una sombrilla de encaje. La luz del sol apenas rozaba su piel, protegida por guantes de seda y un chal ligero. En la sociedad victoriana, la palidez era sinónimo de refinamiento, y ella había seguido cada regla para mantener su tez inmaculada.
Desde pequeña, su madre le había enseñado que una dama nunca debía exponerse al sol. Las mujeres de clase alta evitaban cualquier indicio de bronceado, pues la piel dorada se asociaba con el trabajo manual y la clase obrera. Rosalind había aprendido a moverse entre sombras, a esconderse bajo sombrillas y a aplicar polvos de carbonato de plomo para acentuar su blancura.
Lo que no sabía era que aquellos polvos eran tóxicos.
Una tarde, en una reunión social, Rosalind notó que su amiga Margaret tenía un brillo extraño en la piel.
—¿Qué has hecho? —preguntó con curiosidad.
Margaret sonrió con orgullo.
—He comenzado a usar una crema con arsénico. Dicen que mejora la tez y la mantiene radiante.
Rosalind sintió un escalofrío. Había oído rumores sobre los efectos de aquel ingrediente, pero nadie hablaba de los riesgos. Solo importaba la apariencia.
Mientras la conversación continuaba, Rosalind observó a las demás damas. Sus labios tenían un tono rojizo, similar al de las mujeres enfermas de tuberculosis. La enfermedad, aunque devastadora, había impuesto un ideal de belleza: piel pálida, mejillas hundidas, labios teñidos de un rojo tenue. Algunas mujeres incluso imitaban estos rasgos con maquillaje.
Esa noche, frente a su espejo, Rosalind se miró con detenimiento. ¿Cuánto tiempo más podría seguir este juego?
Con un gesto firme, tomó un limón y frotó su jugo sobre la piel. Era un método natural, seguro, lejos de los venenos que tantas mujeres usaban sin saberlo.
La belleza no debía costar la salud.
Y aunque la sociedad tardaría en aceptar el cambio, Rosalind había dado el primer paso.
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