Remedios Caseros y Trucos de Belleza Vicotiranos
La epoca victoriana no solamente se caracterizo por su moda elegante sino tambien por sus peculiares practicas de bellezas que muchas veces si tenian buenos resultados. Muchas mujeres recurrian a remedios caseros que hoy nos parecen extremos, algunos incluso peligrosos.
Uno de los metodos mas populares para obtener una piel palida era aplicar polvos de plomo y arsenico esto sin saber que estos ingredientes tenian un nivel de toxicidad muy alto. La palidez se representaba como un simbolo de refinamiento, pero todo esto a costa de la salud.
Para obtener una mirada atractiva, algunas mujeres tenian que usar gotas de belladona para dilatar las pupilas aunque viendo la parte negativa este efecto que lograban solo duraba temporalmente seductor y su uso podia causar problemas grabdisimos de vision.
El cabello era otro simbolo de femenidad, se cuidaba con aceites naturales, como almendra y lavanda. Estos aceites ayudaban a tener el brillo y la suavidad envidiable de ese entonces. En contraste con los peinados extremadamente elaborados que podian tardar horas en prepararse.
Incluso los dientes eran tratados como metodos peculiares. Antes de la pasta de dientes modernas moderna, algunas mujeres utilizaban cenizas de pan para poder blanquearlos, aunque este metodo dañaba el esmalte dental con el tiempo.
Otro truco de belleza consistia en frotar jugo de remolacha en las mejillas para lograr un blush natural. A diferencia de los polvos toxicos, este metodo era mas seguro y proporcionaba un tono saludable.
En conclusion estos remedios mostraban como la belleza victoriana combinaba con la elegancia gracias a las practicas que, aunque efectivas en su momento, hoy serian consideradas peligrosas indudablemente.
Londres, 1875. Lady Margaret se miró en el espejo de su tocador, admirando su piel pálida y sus ojos grandes y brillantes. La sociedad dictaba que la belleza era sinónimo de refinamiento, y ella había seguido cada regla al pie de la letra.
Con delicadeza, tomó su caja de polvos y aplicó una fina capa sobre su rostro. El plomo y el arsénico le otorgaban la palidez perfecta, aquella que distinguía a las damas de alta sociedad. Lo que no sabía era que, con cada aplicación, su salud se deterioraba lentamente.
Su doncella, Anne, la observaba con preocupación.
—Mi lady, ¿ha oído hablar de la señorita Evelyn? —preguntó en voz baja.
Margaret levantó la vista.
—¿Qué ha sucedido?
Anne vaciló antes de responder.
—Dicen que ha enfermado gravemente. Su piel se ha llenado de llagas, y los médicos creen que es por los polvos que usaba.
Margaret sintió un escalofrío. Evelyn siempre había sido el epítome de la elegancia, pero ahora pagaba el precio de la belleza.
Intentando apartar el pensamiento, Margaret tomó un frasco de gotas de belladona y aplicó unas en sus ojos. Sus pupilas se dilataron, otorgándole una mirada seductora. Sin embargo, un mareo repentino la obligó a sostenerse del tocador.
—¿Está bien, mi lady? —preguntó Anne, preocupada.
—Sí… solo un momento —murmuró Margaret.
Respiró hondo y se dirigió a su tocador de cabello. Con movimientos suaves, aplicó aceite de almendra y lavanda en sus largos rizos, asegurándose de que brillaran con la luz de las velas. Su cabello era su orgullo, su símbolo de feminidad.
Horas más tarde, en la gran gala de la temporada, Margaret desfilaba entre los invitados con gracia. Sonreía, conversaba, pero en su interior, la inquietud crecía. Observó a las damas a su alrededor, todas con mejillas teñidas con jugo de remolacha, labios pintados con pigmentos naturales y dientes blanqueados con cenizas de pan.
La belleza victoriana era un arte, pero también un peligro.
Esa noche, al regresar a casa, Margaret se sentó frente a su espejo y contempló su reflejo. ¿Cuánto tiempo más podría seguir este juego? ¿Cuánto más podría sacrificar por un ideal impuesto?
Con un gesto firme, cerró su caja de polvos y guardó el frasco de belladona. Tal vez había llegado el momento de redefinir la belleza.
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